Domingo 3 de agosto, 10:30 am.
Me había quedado con una frase, una segunda opinión: tal vez no sea tan grave, es probable que algo podamos hacer. Eso dio aliento, mermó la ansiedad. Pasada una semana llegó una llamada inesperada, una llamada cargada de una noticia triste y verdadera: ya no estaba más con nosotros. Era algo que se esperaba pero no tan pronto porque algo se podía hacer, tal vez no era tan grave. Pero se equivocaron, como solemos hacerlo los humanos. Mi corazón se agitó y mí alrededor tomó un tinte de irrealidad, tal vez era mi cabeza ajustándose a una nueva realidad, más cruda pero inevitable. Fue una semana de días nublados y en el más gris nos dejó.
Fui a visitar a la familia, a mi amigo. Era su padre pero en su memoria todavía lo es y siempre lo será, por eso puede dar gracias. Las personas nos dejan pero nunca se van. Llegué y mucha gente acompañaba. Familiares, amigos de la madre, amigos de la hermana y nosotros, los amigos de este gran amigo. El ambiente estaba cargado de emoción pero contenida por la compasión y la empatía de unos cuantos para unos pocos. Las risas distendían y eran bienvenidas.
La angustia igual blandía en las caras, más en esas que sentían en la piel y el alma la partida. La distracción era cómplice de la contención pero esos ojos de tristeza no podían esconder su sentir, querían perderse en el agua de sus lágrimas, sacar afuera el sentimiento, dejarse llevar sin pensar. Así llegó la hora de partir: es compañía cuando acompaña, no cuando distrae. Entre unos pocos fuimos sacando al montón dejando espacio al luto, al desahogo que a galopes pedía su liberación. La despedida fue triste y a medida que la distracción partía las lágrimas asomaban su cara. Mi amigo lloraría. Nos fuimos y me hubiese gustado abrazarlo pero se quedaba con gente que el ama y podía abrazarlo igual o mejor que yo. Sin duda estábamos distrayendo.
Hoy me despierto y miro el cielo. Resplandece un azul penetrante acompañado por un sol que dice presente, que brilla con más fuerza para compensar su ausencia. Es un día perfecto para partir, para una despedida. Ayer nos dejó, un día frío y gris pero se va a despedir con todo el sol iluminando su camino, calentando nuestro corazón. Ayer anticipó su partida, nos preparó. Ayer seguro se paseaba entre los presentes, dándonos las gracias por estar ahí para acompañar a su familia, mirando de afuera preparándose para partir, viendo que los deja en buenas manos y que son fuertes. Viendo cuánto lo van a extrañar pero más importante aún cuánto lo amaron, cuánto significó para ellos. Él se paseó entre nosotros y nos dijo hasta mañana porque parte hoy tranquilo y sereno, con una sonrisa en su semblante liso y despreocupado, listo para decir adiós.
Para Fer, con mucho cariño.
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