Ella subía y yo bajaba, vestía un vestido rojo a lunares blancos pero no fue eso lo que me llamó la atención. Estaba llegando tarde y fantaseé con dar media vuelta, olvidar la entrevista y correr tras ella, preguntarle su nombre y si le interesaba tomar un café conmigo. Por supuesto no lo hice, esos relatos siempre son anécdotas de amigos de amigos, o de un conocido que una vez... Relatos del fantasioso inconsciente colectivo, del imaginario de un puñado de románticos que soñaron y sueñan con ser personajes de esas historias, hacedores del trayecto intachable que tiene el amor...el amor.
El Aeroparque siempre me pareció un tanto triste, vuelos cortos, de cabotaje...suena a sabotaje, viajaste pero ¿adónde fuiste? Acá nomás. Llego de Córdoba pero me hubiese gustado haber llegado de París o de Londres, algún país que me haga sentir importante. Además al Aeroparque, imposible. El avión se movió bastante, el piloto eligió atravesar la tormenta en vez de rodearla. No había apuro, no puede haber apuro cuando las consecuencias del mismo se pagan con la vida. Fue de piola, de piloto argentino, además llegó con quince minutos de adelanto. El resto de los argentinos se olvidó de la turbulencia en la que niños, mujeres y hombres miraban con desconcierto y temor los relámpagos que se aproximaban peligrosamente a la aeronave, el resto de los argentinos se olvidó de que sus vidas habían estado en peligro, el resto de los argentinos se olvidó porque llegaron quince minutos antes de lo previsto, quince minutos antes para buscar las valijas, quince minutos antes para salir del aeropuerto, quince minutos antes para llegar a casa, quince minutos... Trato de no hacerme mala sangre pero me cuesta, soy argentino. Salgo del avión. Vestida con jeans y remera roja está ella esperando para abordar el avión. De nuevo no sé qué llevó mi atención hacía ella, pero con ese mismo no sé qué logré captar su atención. Pude ver que se acordó de mí ya que cuando nos acariciamos con la vista sonrió y esperó el tiempo justo para esconder esa mirada, el tiempo justo para que yo me diera cuenta de que me estaba mirando. Yo seguí mirando porque eso hacemos los hombres. Esta vez no pude contener el impulso que tienen los amigos de los amigos, esos conocidos que una vez...y me acerqué a ella. No quise arruinarlo así que no dije nada, saqué una tarjeta y se la di. Ella entendió que hablar en ese momento no era apropiado y que la tarjeta comunicaba lo justo y necesario para entablar un diálogo explícito y así remplazar al diálogo implícito de las miradas y los encuentros patrocinados por lo perfecto del azar. Tal vez, simplemente, entendió mi timidez.
¿Se pescará a la orilla de la Costanera? Paso en el auto y siempre me pregunto si la gente que espera con tanta paciencia un pique alguna vez sacó algo o no es más que una simple excusa para salir de casa, para tomar un poco de aire y no sentirse culpable por no estar haciendo nada. Jamás vi a alguno tironeando de la caña cual persiana que no abre, luchando contra un pez que desea no dejar de ser pez, que desea permanecer pez y no caer ante la fatal transformación de pasar a pescado. Tal vez no les importe sacar algo, tal vez estén pescando, y chau, así de simple. Algo en mi pantalón vibra, manoteo para cerciorarme de que esté todo bajo control pero no hay nada que controlar, es este aparato que me avisa que alguien en algún lado pensó en mí, y no sólo pensó en mí sino que además quiere que sepa que pensó en mí. Lo saco del bolsillo; rayado por las llaves y víctima de varias caídas todavía me pasa los mensajes. “Estoy cerca”. El mensaje pertenece a un número que no conozco. Nunca supe contestar mensajes de desconocidos, el “¿quién sos?” siempre me pareció un tanto desubicado, siempre lo sentí como maltrato, como desprecio. ¿Cómo contestar? Con una pregunta, seguro, así poder descifrar la identidad del personaje detrás del número. Escribo “¿Cuán cerca?” y lo mando. Me quedo con el teléfono en la mano esperando la respuesta. Estoy por Olivos, hay tránsito. Qué absurdo poner siete semáforos en setecientos metros. “Volví de Córdoba.” No puedo evitar sonreír, es ella. No la había olvidado, supongo que la fantasía del romántico vive en todos, no pude evitar fantasear con un posible reencuentro. Son de esas cosas que no se piensan tanto con la cabeza, llegan de otro lado. Mi cabeza me trató de iluso, de soñador pero decidí no escucharla y me di el lujo de serlo. “Qué suerte.”
Salgo a buscar el diario, hace frío esta mañana, el tiempo está cada vez más loco. Se acerca la primavera pero el invierno se niega a ceder su lugar, batalla contra el sol y un día hace calor pero al otro llega el tornillo. Las secuelas de Katrina profundizan... Terremoto en Perú... Chávez... Bush... Kirchner...El mundo está loco. Busco el mate y enfilo para el cuarto. Ya que estoy llevo unas tostadas y por qué no un jugo de naranja. Dejo todo al pie de la cama, me meto y está calentita, qué lindo. “Tenés los pies fríos”. Una voz quejosa sale de lo profundo de las sábanas. Y sí, al final soy uno de ellos, un amigo de un amigo, ese conocido que una vez... No me puedo quejar. “Buen día, amor, te traje el desayuno”.
lunes, 27 de agosto de 2007
Uno de ellos
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