El destino es ineludible e indescifrable en casi todos los casos; ineludible en todos pero no indescifrable. Como ejemplo, y antes de meternos en el cuento, tenemos al inolvidable Mozart, quien no pudo eludir su destino, pero sí pudo descifrarlo a una muy temprana edad. Supongo que allí yace la verdadera genialidad, descifrar nuestra esencia y poder así expresarla, y, de esa manera, ser. Nada tiene que ver la inteligencia con la genialidad, aunque muchos crean que sí. Es más, mucha inteligencia puede pasar como genialidad encubierta, una falsa esencia, una mera máscara. ¿De qué nos sirve? De nada, porque de nada sirve evadirnos. Al caso viene el destino; la genialidad y la inteligencia simplemente emergieron, como suelen hacerlo, más la inteligencia que la genialidad. Pero reitero, no vienen al caso.
Verne Holmes no pudo eludir su destino, relució su genialidad (después de todo sí vino al caso) y así descifró, sin gran reparo, su esencia: espía nato. Nació un frío día de verano o un cálido día de invierno, como suelen hacerlo los espías. Atípicos. Su intuición era magna y su percepción vasta. Comenzó su entrenamiento estudiando a sus padres: a los dos años ya podía desmenuzar cada una de sus actitudes, cada uno de sus gestos, el más ínfimo movimiento. Como ejemplo, Verne sabía que los días en que la mamadera estaba a temperatura óptima, la madre era feliz. Pensarán: el término feliz es un tanto ambiguo. Pero para Verne también lo era el término óptimo. Sí, así de bueno era. No voy a entrar en detalles sobre lo óptimo y su ambigüedad, sería por sí solo un cuento aparte, que consideraré escribir.
A medida que pasó el tiempo se afirmaba su naturaleza de espía, le era inevitable. Ya en su preadolescencia no podía evitar interpretar todo aquello humano. Con naturalidad decodificaba el tono de una voz, la postura de un cuerpo. Con esta información (y otras más, que sólo él sabía obtener) descifraba ángulos para abordar conversaciones, para entablar relaciones. Toda palabra emitida de su boca era el resultado de una recopilación de datos vueltos estadísticas (instantáneamente) en su cabeza. Puro filtro.
Le tomó mucho tiempo darse cuenta de que no era capaz de emitir una palabra sin procesar datos: no le era propia la espontaneidad. Claro, ustedes pensarán que pocos son capaces de serlo pero ¿cuántos lo reconocen? Y, tan extremo como Verne…pocos, tal vez nadie. El problema para Verne era justo ése, se reconocía falto de espontaneidad. Esto le molestaba mucho, lo enojaba, lo deprimía. ¿Por qué? Con el pasar del tiempo se dio cuenta de que todas sus relaciones eran falsas. Su vida era falsa.
Con esto dicho podemos volcarnos sobre el comienzo del espionaje profesional de Verne. Se volvió profesional a la temprana edad de quince. Su don fue descubierto por su padre, un militar frustrado que proyectaba su patriotismo y sentido del deber sobre el pobre Verne. No le hizo falta ningún tipo de entrenamiento, era claro que lo llevaba en la sangre, era su lenguaje. Cuando se abrió la posibilidad de meter un infiltrado en la escuela del hijo de Hans Volmmer, político y extremista alemán, como lo eran muchos en esa época (extremistas, no necesariamente políticos), surgió la oportunidad de meter al joven Verne. Perdón, no he dicho qué época. Redondeemos en 1935, a falta de certeza, como lo es todo en el espionaje. Era una oportunidad única, ¿quién sospecharía de un inocente quinceañero? Para este relato la respuesta es nadie, pero en la realidad yo diría que todos (y si estás leyendo este cuento y todavía no tienes quince vuelve a leerlo cuando los tengas, comprenderás). Así comenzaría su más larga “amistad”. Pero de amistad tuvo poco, ya que el primer traspié fue un error de inteligencia (estaba destinada a emerger) o tal vez de tipeo: resulta que Hans Volmmer no tenía ningún hijo de quince años, pero sí tenía una hija de quince años: Kiara. La misión ya estaba encaminada, no había vuelta atrás, Verne tendría que adaptarse al nuevo (y bello) descubrimiento. Espías mujeres de esa edad y capacidad no habían disponibles, y la cercanía que se necesitaba haría sospechosa y reprochable la relación. Dadas las nuevas circunstancias, la misión podría salir mejor de lo planeado.
Y así fue, durante los primero años. Verne supo cómo enamorar a Kiara (pues, vamos, la amistad ya no era viable). Lo ayudaron el romanticismo y la simpleza que la caracterizaban. Mientras todos intentaban conquistas grandiosas, él se detenía en lo simple y eficaz: el fin de semana en crucero de uno era destruido y opacado por un único pétalo de margarita que Verne había encontrado cuando caminaba junto al lago. “Pensé en tu nombre y una brisa me envolvió, cosquilleó, y me dejó, con caricias, este pétalo, para vos”. También poeta. Sí, la competencia pronto desistió, Verne se ganaba el corazón de esta señorita.
El “amor” florecía y se potenciaba su espionaje. Pasaron los años y ya era común, y hasta grato, recibirlo a Verne en Casa Volmmer. Supo también conquistar a Hans y se volvió, sin mucho esfuerzo, su mano derecha. Hans, en su fantasía asistida, logró hacer de Verne un espía propio, infiltrado en el gobierno de Estados Unidos, fuente de información invaluable. El inocente Hans pensaba que el amor de Verne por su hija era magnánimo y eterno, lo cual lo hacía el ser más confiable del mundo, después de su querida Kiara. Verne pedía información vaga y de poco valor para entregarle a Hans, y éste le develaba sus más íntimos secretos. Para beneficio del gobierno de Estados Unidos, Hans se codeaba con altos políticos de toda Europa, con lo cual la información fluía como el Nilo en extensión y como el Amazonas en caudal. No se podía pedir más.
Todo era demasiado perfecto, dos palabras me vienen a la cabeza: reloj suizo. Sí, así funcionaba esta misión. Pero, hay algo que puede afectar el precioso andar de estos relojes. Ustedes lo saben pero por las dudas, y para no torturarlos con nimiedades, se los comento: una pila. Y, ¿qué es una pila? Un dispositivo que genera energía eléctrica por un proceso químico transitorio. La palabra a destacar aquí es transitorio, porque como bien sabemos, nada dura para siempre. Verne empezó a cambiar, desde el punto de vista de los Estados Unidos podríamos decir que se le acababa la pila, pero no era el caso. Después de tantos años de llevar esa vida Verne se descubría un robot, o peor aún, un títere. Era una reserva inagotable de información, información que no le era propia y de usarla para consumo personal constituiría traición. ¿¡Traición!? ¿A quién estaría traicionando? ¿A su patria? ¡Si ya no la conocía, ni la vivía, por Dios, para su patria él ni existía, peor aún, era el enemigo! ¿Quién era? Ni siquiera el amor por su ahora esposa era real, o ¿sí? Estas preguntas le carcomían la cabeza y su trabajo empezaba a flaquear. Protestaba ante las órdenes y cedía ante los besos de Kiara. Recobraba su espontaneidad en el amor y eso era lo único que quería.
Esta aventura, que había comenzado como algo independiente y pequeño, había crecido a proporciones casi incontrolables. El espionaje no era algo nuevo, pero así, como había sido llevado acabo, sí lo era, Verne era un recurso de altísimo riesgo. Y esto preocupaba al gobierno de Estados Unidos. Verne ya no respondía a las órdenes, seguía órdenes propias, órdenes que dictaba su corazón. Así colocó una semilla en el vientre de Kiara y al mismo tiempo cortó toda relación con el gobierno de Estados Unidos. No tuvo más remedio que revelar su verdadera identidad y su misión. Kiara lo tomó de la mejor manera, con el corazón abierto. Era claro que tenían que escapar y que vivirían escapando el resto de sus vidas pero a ellos sólo les interesaba estar juntos, en familia. Ellos eran su hogar, sin importar dónde los encontrara la vida.
Alrededor de esta época, Truman, presidente de los Estados Unidos asumía el poder y se encontraba con este problema, del que pocos sabían ya que todos estaban distraídos con el fin de la guerra, pero esto era peor. La información que había recopilado Verne era tan extensa que resultaba suficiente para crear archivos sobre archivos, para llenar habitaciones de papeleo. Era todo un gran caos. ¿Qué podían hacer con tanta información? El FBI no quería saber nada con esa anarquía. Lo que les sobraba era inteligencia pero estaba todo demasiado desorganizado, descentralizado. Se necesitaría una suerte de organización para recobrar el orden. Pero, oigan, ¿no está clarísimo? Lo que se necesitaba era centralizar toda la inteligencia por medio de una... ¿qué? ¡Agencia! Así se creó la Central Intelligence Agency, la famosa CIA.
Pero esto nos desvía de nuestra historia, la de Verne. ¿Qué sucedería con este pobre infeliz vuelto feliz? Amenazarlo no era opción, él tenía todas las cartas en las manos, él tenía el póquer de ases. Truman se vio obligado a olvidarse de él, a dejarlo desaparecer, un hombre menos que custodiar. La única manera de convertir a Verne en una amenaza era tratando de entrometerse en su amor, su propósito de vida. No había razón para hacerlo. Y me equivoqué al decir que nada es eterno, porque el amor de Verne por Kiara lo fue, y ésa fue su verdadera genialidad, hay que darse cuenta de esto.
Y contra mi voluntad saco esta conclusión: hay una cosa más fuerte que la inteligencia y que la genialidad combinadas o separadas: el amor. Y, ¿quién guía al amor? Sí, así es. El destino, o eso creo. Con tantas vueltas, estoy perdido, ya no me entiendo ni lo pretendo. Sólo espero que hayan disfrutado de este relato, esta historia de amor hilada con algo de inteligencia, un mínimo de genialidad y, por supuesto, todo el eterno, indescifrable e ineludible destino.
lunes, 27 de agosto de 2007
La historia de Verne (y un poco de la CIA)
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