Nadie es imprescindible. O, por lo menos, no deberían serlo. Nadie puede ser nuestro alimento o nuestro oxígeno. Lo imprescindible genera dependencia y sólo podemos depender de nosotros. Entonces me equivoco porque sí somos imprescindibles. Imprescindibles para con nosotros mismos. Yo soy imprescindible para mí, vos sos imprescindible para vos.
Cuando algo externo se vuelve imprescindible perdemos la capacidad de elegir. Lo sostenemos por miedo a perder lo conocido, por miedo a perder a aquel o aquello que pensamos nos define, aquel que le hemos otorgado el poder de legitimar nuestra vida. Si perdemos la capacidad de elegir inevitablemente perdemos la capacidad de ser porque el ser necesita de la elección para existir. Si yo elijo estoy siendo.
Sin duda esto es difícil porque uno de los temores más grandes del ser humano es la soledad. Pero la soledad siempre la elegimos por más que pensemos que es impuesta, por más que pensemos que es nuestro destino. La soledad es elegir el aislamiento, sea por prejuicios, por inseguridad, por soberbia, por miedo a no ser aceptado, y tantos otros miles de etcéteras. Es mucho más fácil aceptar la soledad que aceptar nuestra inhabilidad para relacionarnos con el mundo. Es mucho más fácil el encierro que la apertura.
Cierta soledad es inevitable y siempre lo va a ser. Hay una soledad profunda en la que nadie nos puede acompañar. Nadie puede llegar a lo más profundo de nuestro ser. Nadie se puede meter en los rincones más ocultos de nuestra mente, de nuestro corazón. Esa tarea es nuestra, y sólo nuestra.
Suelo pensar que somos solos pero no en soledad. Esta soledad esa aquella en la que muchos se refugian para evitar la exposición a un mundo que a veces puede ser frío y cruel. Pero es el mismo mundo de los colores, sensaciones y emociones que todos deseamos. Esta es la soledad que se remedia con la aceptación del otro porque en el fondo todo el mundo quiere ser amado. Y no hablo del amor de las películas. Hablo del amor que infunde respeto, el amor que nos despoja de nuestras inseguridades y nos da la confianza para ser quienes somos sin la necesidad de tantos filtros y barreras que nos auto-imponemos para evitar mostrarnos desnudos. Hablo de un amor que da poder, el poder de pararnos desde nosotros y elegir sin miedos. Hablo del amor que nos hace a todos iguales.
No hay que confundir esta soledad con la necesidad de no estar solo. Esa necesidad es la que, con el tiempo, transforma a la gente en imprescindible.
La persona que se vuelve imprescindible es la persona que más daño nos puede hacer. Sus palabras tienen un poder superlativo. Si dependo de esa persona, si ella me define estoy sujeto a lo que esa persona crea de mí. Entonces ella elije por mi y soy según sus palabras, según sus humores. Y las personas que se saben imprescindibles pueden ser muy crueles. Pero abusan de un poder que nosotros les otorgamos, ¿son culpables? Yo diría que no, al culpable lo encontramos mirando al espejo.
Lo triste es que muy pocas personas están dispuestas a entregarse sin el eterno tamiz. Así, el mundo ya está plagado de algunos imprescindibles y muchos prescindibles.
Tenemos que hacer el esfuerzo por elegir nuestro entorno y no que él nos elija a nosotros. Jamás va a ser fácil pero hay que hacer el intento. Y cada día se hace más difícil en nuestra cultura de la inmediatez donde el esfuerzo ya no es valorado, donde lo que más ansiamos es la gratificación instantánea y no algo con sustancia, algo que posea algún valor de trascendencia.
Igual, algo positivo saldrá de esta cultura de la inmediatez: ya no habrá más imprescindibles, ni prescindibles. Pero ni siquiera lo podremos ser para nosotros mismos. Evitaremos cada vez más el contacto y nos quedaremos flotando en una superficialidad manejable y predecible. Y cada vez nos aislaremos más, siempre por decisión propia. Este aislamiento terminará por dejarnos a todos solos y en soledad.
sábado, 20 de septiembre de 2008
Imprescindibles
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2 comentarios:
Tuve el "poder" de ser imprescindible en la vida de un novio y fue horrible. Sentirme con esa responsabilidad, que termino siendo carga, fue no sólo desgastante sino agotador.
Es verdad que la única persona imprescindible en nuestra vida somos(o deberíamos ser) nosotros mismos. Es muy cierta esa afirmación.
Hay que vivir despierto y no perderse.
Sin duda. Ser imprescindible para uno mismo es monumental, esto no quiere decir que al serlo podamos prescindir del otro. Tal vez sin la dependencia, sin la necesidad. Así me gusta más.
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