Quiso amarla más que a nadie y ella le devolvió el corazón roto.
Con esta frase me pidieron que escribiera un cuento pero nada me inspiró. Otra historia de amor, otra idealización aniquilada por la simpleza de la verdad y la realidad: la perfección no existe. Y así es como muchos corazones terminan convalecientes, desahuciados y maltrechos.
De escribirla sería sobre adolescentes, aquellos que se entregan de pies a cabeza potenciados por la inocencia y la ingenuidad, la única manera de terminar con el corazón realmente hecho trizas. Ya de grande, y a cada corazón roto, perdemos esa capacidad de amor desenfrenado, nos protegemos y en última instancia, crecemos. Imaginemos un Carlos de veinte años. No es el mismo que un Carlos de treinta, y menos de cuarenta. Pensemos en una Sabrina de veinte, la primera novia de Carlos. Ella tampoco sería la misma que una esposa Sofía de treinta, y menos aún una amante Roxana de cuarenta.
Más allá del obvio cambio de nombre podemos suponer que el amor hubiera florecido a lo largo de sus vidas y que al igual que Carlos habrían sufrido. Con el paso del tiempo sus corazones se hubieran refugiado en el cuarto oscuro de la soledad y el encierro. (Para aquellos que tiene familiaridad con el encierro y la oscuridad podrán certificar que si bien incómodos son conocidos y altamente buscados como refugio). No se casaron, o tal vez sí, incluso tal vez tuvieron hijos. Seguro hubieron idas y venidas. Seguro hubieran llorado, más el Carlos de veinte y la Sabrina de diecinueve (porque todavía no tenía veinte cuando se conocieron) que los subsecuentes Carlos y sus parejas de turno. Y aquí podemos objetar que usar el término pareja de turno es un tanto tétrico, un llamado al desamor y no al amor. Pero hubiera sido una realidad. Y Carlos lo sabe.
Cuando Sabrina le hubiese contado a Carlos que se iba a Perú a trabajar en la selva con los indígenas (a esa edad también pensamos en cambiar el mundo) hubiera sentido su corazón devuelto en pedazos. Todos sus planes, sus proyectos, su ideal se hubiera derrumbado y hubiese quedado él sólo, desprovisto de sueños y deseos, o mejor dicho, eternamente ensoñado y deseoso pero privado de la herramienta forjadora de su tan ansiado destino: un supuesto amor. Sí, Carlos le hubiera entregado un corazón esperanzado. Sabrina le hubiese devuelto un corazón entero que al tocar las manos de Carlos se hubiese quebrado porque para él no pertenecía en sus manos, pertenecía en el pecho y alma de Sabrina, ese corazón ya no sería suyo, sería de ella. Con el tiempo hubiese buscado consuelo en una frase que se repetiría hasta hacerla su realidad. “La vida es así” sostendría durante años.
Con esa frase en mente y con un corazón cicatrizando hubiese conocido a Sofía. Lo único que puedo decir aquí es que se hubieran casado, nada más. Ni siquiera hijos, hijos que tal vez les hubieran traído más sonrisas de las que emitieron mientras duró un matrimonio de ficción. Sin amor se hubieran casado y sin amor se hubiesen separado. Roxana hubiese sido una amante, excelente sexo pero no mucho más. Carlos hubiese intentado hacerla más que una amante pero por esa época empezaría a hacer terapia y entendería muchas cosas de su vida.
Este Carlos de los cuarenta sería muy diferente del Carlos del los cincuenta. El Carlos de los cincuenta sería más consciente y un episodio potenciado por la perfección del cosmos (la única perfección que existe) le abriría un nuevo amor por la vida. Se la cruzaría a la Sabrina de veinte que ya estaría en sus cincuentas. Para sorpresa de Carlos sería la misma que la Sabrina de veinte y entendería que nunca hasta ese momento habría podido amar porque ella jamás le devolvió un corazón roto, le devolvió un corazón entero, el de ella. Después de todo, esa frase era la más verdadera que jamás habría emitido en su vida entera: “la vida es así”.
domingo, 13 de julio de 2008
Una Supuesta Historia
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