El mar sonaba a lo lejos como un disco perfectamente rayado. Su monotonía creaba tiempo, simulaba segundos pero lejos de ello era. Las olas, atemporales, rompían una y otra vez, trayendo, llevando, vaciando. Algunas grandes, otras más pequeñas, y su incesante movimiento afirmaban el paso del tiempo. La espuma, blanca en su pureza, salada pero no amarga, creaba un manto de paz sobre esa arrugada sábana de azul profundo. Y es así como el mar continúa, escriba o no, respire o no. El mar conoce el tiempo, nosotros los perseguimos.
sábado, 19 de enero de 2008
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