martes, 20 de noviembre de 2007

Hermeto

Hermeto está medio loco y le gusta bordar. Vive entre hilos y agujas, punto de cruz o punto llano, bordado de realce o liso; no hay técnica que no conozca y las utiliza todas, no tiene preferida; me ha dicho que la preferencia es la exclusión de otras posibilidades iguales o más importantes, con lo cual urge la igualdad, no por la similitud sino por lo opuesto: la diferencia. Cuesta entender a los locos aunque con el tiempo me he dado cuenta de que muchas veces elegimos no entenderlos porque tienen mucha más razón que nosotros, son tanto más cuerdos y auténticos que nosotros; aceptar su locura sería rechazar nuestra estructura, requeriría la destrucción de nuestras barreras y la posible unión con nuestra esencia, algo a lo que todos tememos y escapamos. Hermeto sabe esto porque Hermeto sabe todo, está loco. Algunos le atribuyen el poder de mago y se entiende por qué: con sus pelos blancos y barba blanca parece un Papá Noel hippie pero que en vez de regalos regala sabiduría, que dura tanto más y cuyo es únicamente sufrir.

Hermeto cree en el sufrimiento y dice que es el mejor regalo que nos puede hacer Dios, puesto que el que no sufre no vive, y todo sufrimiento cuenta, desde querer comprar un Beldent y llegar al kiosco para enterarse de que no tienen más, como la muerte de esa persona que pensábamos que nos definía. Sufrimiento hay de todo tipo y tamaño, todos ofrecen expansión aunque en el momento sentimos que nos contraemos y todo pierde sentido, pero es una muerte que ofrece renacer.

Hermeto me enseña y me cuenta todo lo que sabe. Yo me siento junto a él día tras día y aprendo, gozo de su sabiduría y me hago sabio yo, no puedo pedir mucho más. Pero últimamente siento que mi presencia lo molesta a Hermeto y hace unos días lo comprobé. Hace unos días me tomó del brazo y me dijo “Desde hoy en más, te bautizo El estúpido.” La primera vez lo tomé como chiste, me reí y no le hice caso. Justo ese día comenzaba un bordado nuevo. Desde ese día hasta hoy Hermeto no pierde oportunidad para usar el nombre de mi último bautismo y yo supongo que es parte necesaria en mi camino hacia la sabiduría: la paciencia, el temple. Un estúpido de treinta y cinco años se ha vuelto su frase preferida y por preferida me refiero a la estadística, porque sabemos que Hermeto no tiene preferencias.

“¿Sabrás que en cierta parte de este planeta el simple hecho de tener treinta y cinco años es una bendición? ¿Sabrás que, al igual que este león y este elefante que me encuentro bordando, hay etnias que hoy se extinguen? ¿Sabrás que aún hoy hay monarcas y dictadores? ¿Sabrás que hoy tienes la oportunidad de tomar el camino que quieras pero no lo haces? Claro que no lo sabes, eres estúpido. Eres estúpido porque te sientas horas al lado de un loco y piensas que hacerlo te hará sabio, y mientras, la vida te pasa por delante y ni siquiera lo notas. Eres estúpido porque todos lo somos pero el problema es no saberlo. De saberlo estarías buscando por otro lado, tratando de entender tu estupidez, estarías viviendo y no tratando de vivir a través de mí. Eres estúpido y es hora de que lo veas.”

Luego de este monólogo me entregó el bordado que terminó en el mismo momento que enunció la última palabra. Volví varios días más pero Hermeto ya no me hablaba, hacía de cuenta de que no existía. Ayer decidí no volver a ver a Hermeto; ayer, sentado al lado del mago de la sabiduría, pensé “Soy un estúpido”. Acto seguido me levanté y con una sonrisa me dispuse a vagar.

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