lunes, 30 de julio de 2007

Salvar el hogar

Se subió al taxi y partió hacia el aeropuerto. Vi que de sus ojos caían lágrimas. Intentaba disimularlo pero le era imposible. No estaba segura de lo que había hecho, pero en situaciones como ésta las dudas son la norma, parte del doloroso ritual. Las últimas palabras que salieron de mi boca fueron: “No puedo seguir con esto, no más”. Creo que se lo veía venir pero por más que se vea la avalancha, te arrastra igual. Fugazmente me recriminé el momento que elegí para hacerle saber esta decisión, pero, como bien sabemos, no hay momentos oportunos para este tipo de revelaciones, para este tipo de situaciones. O, mejor dicho, todos los momentos son oportunos para estas revelaciones, siempre es oportuno sacarse de encima estos sentimientos y con ellos el peso que nos oprime. A la larga es lo mejor para todos. Ante todo la sinceridad y la verdad.

No sé cuánta verdad haya en esas palabras pero en este momento son mi mejor consuelo, me acuerdo de días en los cuales la verdad y la sinceridad eran tanto más crueles y dolorosas que la omisión y la mentira, y por supuesto, opté por la mentira, ¿quién no lo ha hecho? Me doy media vuelta y encaro para la casa. Qué vacía se va a sentir cuando entre, incluso, tal vez pierda ese aroma a hogar de que tanto disfruté en su momento. Las dudas golpean contra las paredes de mi cabeza y hacen un barullo casi intolerable, supongo que con el tiempo se aplacarán. ¿Y, si no? ¿Habré hecho lo correcto? Las dudas se repiten y repiten y no puedo parar de pensar. ¿Existe el amor eterno? ¿Las almas gemelas? ¿Matrimonios felices? ¿Relaciones sin problemas? O, ¿con problemas pero felices? ¿Chocolate que no engorda? Un mar de pensamientos incontrolables. Llegando a la puerta siento que algo me falta, algo no está bien. Agarro el picaporte y antes de girarlo, como un rayo, me atraviesa. Doy media vuelta y corro tras ese auto que de a poco se desvanece en la distancia. Agradezco, por primera vez en mi vida, a los semáforos en rojo (mi ansiedad ama el verde). Mientras corro no puedo creer lo que está pasando, ¡cómo pude ser tan despistada! Corro. Rápido. Si no lo alcanzo no voy a poder comer, no voy a poder dormir. ¡Corro más rápido!

Y, llego. Agitada como pocas veces en mi vida. Le golpeo la ventanilla, él me mira y sonríe, anticipando el sublime reencuentro. Yo también sonrío, ¡llegué! Baja la ventana y con el poco aliento que me queda le digo:

- Te llevaste las llaves de casa.

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