lunes, 23 de julio de 2007

De esos sucesos matutinos...

Como todas las mañanas, mate en mano, enfilo para el baño para ocuparme de mis asuntos diarios. Me siento en aquel trono de porcelana, amo de las mejores ideas y sin duda alguna responsable de muchas creaciones tanto modernas como anacrónicas. Abro el cajón en busca de mi compañera, una revista “Playboy” que leí más veces de las que me acuerdo, regalada y no comprada sigue siendo mi única revista subida de tono, que si "todo público" es un do, ésta más de un fa no podría ser, incluso un mi. Sin obscenidades y con artículos interesantes, una revista sin tintes vulgares que deleita con la forma femenina y con cultura, créase o no. Jamás fui vendedor de “Playboy”, lo juro. Mi búsqueda resulta en vano, no encuentro nada, hay cosas pero para mí son nada. Uso mi cabeza para deducir los posibles escenarios. Mis padres no porque están de viaje, en su lugar se encuentran mis abuelos a quienes se invita para mantener la casa bajo control, para evitar la fiesta y la abundancia, un país con muchas mujeres y pocos hombres, el sexo como moneda corriente y las drogas…no me hagan hablar de las drogas. Más allá de la fantasía inevitable continúo con mi investigación.

Sujeto 1 – El abuelo: pícaro pero callado, capaz de disfrutar como cualquier hombre de una revista donde se estila la forma más perfecta del planeta: el cuerpo desnudo de una mujer. Él no la sacaría de su lugar y de sacarla no me resultaría divertido pedirle que me mostrara dónde la guardó; imaginarme a mi abuelo como preadolescente avergonzado no me es fácil pero lo logro y prefiero evitarlo.

Sujeto 2 – La abuela: pícara también, irónica y jamás reservada. ¿Cómo anticipar su reacción ante el descubrimiento de ese material? Imposible. Diviso dos posibles escenarios: a) encontró la revista y justiciera la lanzó a la basura, ¡esa porquería vulgar no tiene lugar en este mundo!; b) encontró la revista y la guardó en alguna parte difícil de encontrar y evitar así que mi prima, aún joven, la hojee. Ambos son escenarios posibles, no me animo a otorgarles probabilidades. Queda mi prima pero la descarto rápidamente.

Salgo del baño con agenda. Primero me hago paso por los cuartos y cajones, tanto míos como de mis hermanos; de haberla guardado allí tendría que estar. Para mi sorpresa, nada. El caso no se cierra, permanece más abierto que nunca, me preparo, pues, para la sesión de interrogación, se pone complicado, preparo las herramientas de tortura y espero el momento exacto para atacar. Sigiloso, me muevo por la casa tratando de no ser visto, me acurruco e investigo (sí, sí, acurruco, término espía). No será fácil. Los veo pero están juntos; queremos (como dice el manual del espía) evitar la confrontación entre sospechosos, y además sería injusto para el abuelo, lo imagino nuevamente con la cara de preadolescente regañado por la mirada penetrante de su mujer, viejo soez y marrano. ¡Qué complicado! Me enojo conmigo mismo, esto no puede ser tan difícil. No me queda más remedio que permanecer out-of-sight (fuera de vista en inglés) y esperar que los sujetos se separen. El primer objetivo sería interrogar al anciano, más dócil. Con un poco de ayuda del azar, con la que cuenta todo buen espía, la abuela se retira primero y ataco:

- Este…abuelo, ¿vos no viste una revista en mi baño?
- ¿Qué tipo de revista?
Mierda, no me esperaba esa pregunta, soñaba con un oportuno sí o un maldito no.
- Em…una revista…
- Yo no he visto nada, pero ¿cómo es?
¡Otra vez la pregunta! No es tan grave, es el abuelo.
- Pornográfica, abuelo, pornográfica.
- Pues no la vi, pero si la encuentras no te olvides de tu pobre abuelo, estaré viejo pero estos ojos todavía funcionan, y muy bien.

Le doy una palmada y sonrío, le digo que no se preocupe. Me guiña el ojo y parte. Salgo en busca de la abuela, se encuentra en la cocina.

- Abuela, ¿vos no sacaste una revista de mi baño, no?
- ¿Una revista? ¿De qué tipo?
¡Dios y la virgen, qué necesidad! No planeo ceder tan fácil ante ella.
- Una revista, abuela, ¿la viste o no?
Ante la insistencia la abuela sospecha y da justo en el blanco.
- Una revista… ¿pornográfica?
Con lo que me disgusta esa palabra, de haber dicho sólo porno me hubiese quedado más tranquilo, no me pregunten por qué. La abuela no cedería hasta obtener respuesta, la conozco bien.
- Sí, abuela, pornográfica. – contesté abatido, avergonzado, preadoleciendo.
- No, no la vi.
Ante esta respuesta se salva por ser mi abuela pero mi pobre bisabuela seguramente se entera de lo que pasa por mi cabeza, no la conocí, pero pobre de ella.
- Pregúntale a tu prima – agrega.

Mi prima, pequeña curiosa, culebra. Antes de preguntarle me meto en el cuarto de mi hermano menor, donde durmió esa personita, entro recordando mi infancia y las guaridas…debajo de la cama, allí donde se esconden los monstruos, donde se junta el polvo y nadie busca, tal vez el peor escondite del mundo, pero qué seguro se siente. Me arrodillo y dudoso, registro el espacio, allí está.

Pero ahí no termina la historia. Caso cerrado, pero no me percaté de quienes me seguían como lemmings: mis abuelos. Me encuentran con la pornografía en mano. ¡Satanás!, porque sólo obra de él puede ser.

- Veo que la has encontrado – dice el abuelo mientras se acerca y toma la revista en sus manos. La abre justo donde las chicas y feliz exclama:
- ¡Qué tetas!
- Pero si son de mentira, viejo – contesta mi abuela – y mira, se le ha caído el traje de baño, pobrecita.

Y así me encontraba la situación, hojeando pornografía con mis abuelos, admirando sus comentarios, sus años…mis abuelos. Entre sus palabras logro comentar:

- También tiene algunos artículos interesantes.

Pero poco interesados están, ellos se divierten más con las chicas, al igual que su nieto.

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